De noche y hacía frío. Yo vestida de rayas, algo abrigada y tú con una polera sin mangas.
El frío invadía mi cuerpo. Mis piernas se congelaban en la atmósfera aún así cubierta por una capa denominada pantalón.
Los cigarros esperaban impacientes. Pronunciaban mi nombre desde el codo de tu brazo en aquel sillón individualista que no permite a dos, sólo uno y si el otro cae tiene que resistir para no tocar la superficie del suelo.
El vino en el vaso trataba de calentar el ambiente, de embriagar los sentidos, de alocar a las palabras sin candado que sellar.
El viento afuera era susceptible al silencio. Se mimetizaban como uno queriendo pasar desapercibidos pero todo resultaba en vano.
Ni el abrigo más reconfortante abrigaba el vacío que esperaba su aparición al siguiente día.
Y ahí estabas tú, a mi lado. En un intento de descanso nuestros parpados se cerraron en cuyo sofá fue nuestro imperial con apariencia de humildad.
Cuando ibamos por la misma senda del sueño, aquella voz poco sutil nos despertó.
Entre palabras, pausas, silencios que transmiten como máquina de escribir y latidos que nos impulsan a vivir, firmamos un acuerdo con nuestros labios. Solo a la mañana siguiente nos podríamos reencontrar enlazados por un abrazo fraternal.
El ruido parecido a la una alarma se hizo escuchar y en segundos ya nada nos podía separar. Tú y yo juntos, envueltos en el cariño, en el amor y en el calor del nuestros abrazos impregnados como la silicona con la pegué cada pedazito de mi corazón.
Entregados al sueño, a la satisfacción, al reencuentro pero también a una de las despedidas más gratas que he sentido hasta el alma, que ahora te extraña y que además recuerda tu olor y tus ojos junto con tu olor siendo peor que la inquisición.
Tu desodorante se te quedó, convirtiéndose en la tortura que aprieta a mi corazón dolido, amado, apaciguado pero que no se cansa de extrañar y de latir hasta sentir todo como la primera vez.
no mas que decir que me encanto
ResponderEliminarte quiero