miércoles, 17 de febrero de 2010

Siempre te vas y aunque no quieras, dejas la puerta abierta. Como si detrás de ti quedara una inmensa cola de algo que nunca se va.
Detrás de cada punto final siempre me espera una llave de entrada a ese capítulo con anhelos de ser cerrada.
Pienso que será la última vez, una de las pocas palabras que me queda impregnada en algún lugar escondido de mi mente con un alzheimer total.
Aquel punto final que da por terminar una expresión desinflada de mi corazón, una gota de aquella copa que no alcanzó a entrar y que queda marcada en el mantel del mesón.
Como todo aquello que se va algún día tiene que volver. Y esta vez volvió sin un pájaro mensajero que me avisara. 

Nadie me dijo que me pusiera el chaleco salvavidas antes de tirarme al mar, o el paracaídas antes de lanzarme con los ojos vendados a la soledad.
El viento me rozaba y, sin embargo, parecía que me azotara contra esos detalles que dejé atrás; espinosos, dolorosos y con aquella sangre seca que se desprendía de mi con el contacto bruto y agresivo de la oscuridad deliciosa.
El futuro envuelto en una neblina indestructible me tiene acorralada. Mi hogar me ahoga en esa letanía familiar que todos están acostumbrados a escuchar.

Y entonces es así como mi mente no puede parar de pensar.
El cigarro espera la tempestad y el dinero para la nueva cajetilla en mi bolsillo se debe quedar.

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nadie le escapa al tiempo.

nadie le escapa al tiempo.
si al final sólo trasciende lo que sos.