jueves, 4 de febrero de 2010



Aún no despertaba pero llevaba horas con los ojos abiertos, horas. Caminaba, se vestía y seguía dormida.  
Horriblemente seguía la inercia de todos los días.

Su mano seguía un movimiento casi automático cuando tenía que ingerir un bocado. Era solo ver la tv y comer, ver a la gente que estaba a su alrededor, ver la tele y comer. Así siempre fue todo.
Luego la ducha. Ni aunque el agua pareciera lo suficientemente cálida la despertaba. A ratos la invadía unas ganas de cambiar el clima del termostato del calefon y dejar que el frío del agua recorriera cada extremidad de su cuerpo. Cada maldita extremidad que no deja de sobrar en su cuerpo.
Y ahí estaba ella. La de todos los días. Esa que no sabe qué hacer en su imperioso tiempo libre. Esa que se fuma un par de cigarros y encuentra que todavía tiene ganas de fumar. Esa que se esconde cuando alguien viene.
Entre las recónditas tardes de su letanía de siempre, recuerda un poco de lo que antes fue. Le gusta recordar. Le gustar enternecerse con palabras, con aquellas frases que tocan la campanita que guarda en su oculto corazón oscuro, acelerado e impaciente.
Trata de recordar aquellos vocablos que antes la llevaban a una de las más grandes expresiones de su vida, pero no las localiza. Algo se ha extraviado de ella. Algo que cuesta redimirlo y que, sin embargo, se postra cada vez más en cuya arena movediza de su presente que se encarga de tragar todo aquello que toque su entorno.

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nadie le escapa al tiempo.

nadie le escapa al tiempo.
si al final sólo trasciende lo que sos.