domingo, 1 de agosto de 2010

Desolación, eterno malestar.

Era de madrugada, ya casi la hora de levantarse para aquellos que se preparan para el trabajo.
Hacia un frío de esos que te cuelan hasta los huesos más internos, hasta los más impensados, pero ella caminaba igual, con las medias rajadas, con la pollera mal puesta y un taco a medio salir. 
Entre sus manos escondía un cigarro junto a la cajetilla de fósforos con uno solo, y en la otra llevaba una botella de vodka apunto de acabar. No la hacía durar, ella solo respiraba. Ya nada le importaba, ella solo caminaba. 
Paró, se sentó en una vereda de la calle y sacó el último fósforo que le quedaba. Trató de encenderlo pero no podía, no se producía ni una chispa en la cajetilla. Entre intento e intento al fin prendió, vino una briza sutil y se apagó.
En cuestión de segundos se largó a llorar. No eran lágrimas caprichosas de no poder prender su cigarrillo, no, eran lágrimas de desolación, de malestar.. ese que nunca se va. Lágrimas atragantadas de meses bien guardadas, de sentirse tan sucia, tan sola, tan vacía, directo y sin rumbo a donde llegar.
Recordaba su hogar, aquel lugar donde no vale la pena entrar. Solo cabe un colchón y habitan muchas botellas de alcohol desdichadamente vacías, y un olor a putrefacción. 
Lloraba y pensaba que su vida no podía ser peor. Sus padres ya no están, residen en algún lugar lejos de acá, su perro se murió ayer y su hermano se licenció otra vez, mientras ella no hace más que un doctorado en alcohol, en colillas de amarguras, de cuerpos y sudores no pasionales, de maquillaje corrido, de amor podrido, de delirios de no recordar y de noches a pleno comenzar.
Ella esta sola y no para de llorar.
Ella está rota y ahora corre sin parar.


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nadie le escapa al tiempo.

nadie le escapa al tiempo.
si al final sólo trasciende lo que sos.