sábado, 7 de agosto de 2010

El frío de una casa donde duerme y se amanece la frialdad.

Son tan pocas las veces que mi ser precisa del sol como calefactor, en que el té de rosas está preparado y listo para ser tomado, o en que puedo estar tranquila siendo lo que alguna vez fui.
Son numerables veces que ya casi creo que las puedo contar con ambas manos. Sí, quizás alcanza los dos dígitos por suerte.
Ocurre que el frío siempre ha estado en mi cuerpo, en mis manos. En los momentos más cálidos mis dedos están congelados y atrofiados tal como lo está mi mente. Es la copia exacta, el reflejo perfecto de lo que mi cabeza ronda por las mañanas, por las madrugadas y el rastro preciso de las tardes.
Las mañanas amanecen soleadas, justo al abrir los ojos se aprecia la ventana y un poco de aquellos rayos de sol. La casa de al lado es de segundo piso mientras que la mía alcanza solo para el primer piso. Ambos vecinos tienen pisos pares, ambos obstruyen el sol, ambos nos cargan de frío, ambos. 
Y la casa, esta casa es una de las más heladas que he habitado, ni por más gente que haya en ella la casa se calentará o tendrá ese olor tan familiar, tan acogedor.
La casa que oscurece antes de caer la tarde, mucho antes. Un lugar de acogida, la casa de las fiestas de sábado por la noche, la casa con olor a cigarrillo que logró camuflarse e intentar pasar desapercibido por el frío que hay afuera.
Es un lugar casi inhabitable en la vida real, cada uno por su lugar, cada uno viviendo sus vidas paralelas entre paredes con ansias de hablar, entre llantos atragantados bajo tapices manchados, entre cuchillos sin filo y filos a la vista de todos, entre depresiones y alcoholes caros mientras la cantina cierra a cosa de las cuatro de la madrugada. 
Las camas ya parecen la esponja matutina de las lágrimas en fuga, de los dolores matrimoniales y problemas familiares, de las angustias, de las penumbras, de la crisis, del amor; de un sin fin de cosas más que el dinero a veces puede tapar.
La Soledad tiene el liderazgo, tomo el asiento principal de este viaje tan largo, y Vacío maneja como copiloto de esta cuestión. Comprensión está en el baño, al parecer le agarro la bulimia mientras que Comunicación de nuevo no quiere comer. Los únicos pasajeros somos nosotros a la espera de un destino indeterminado, una vida imparable, una felicidad que duré más de una semana y copas que no aguarden en el vestidor o bajo el dichoso colchón. Solo eso y nada más.

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nadie le escapa al tiempo.

nadie le escapa al tiempo.
si al final sólo trasciende lo que sos.